Inhalo, te miro, te pienso y suspiro. Exhalo, no me amo. Inhalo, cada vez es más difícil respirar si tú ocupas gran parte de mi. Cada vez me lo pones más difícil, mis demonios acabarán conmigo, me comerán hasta que no quede nada de mi. ¿Y qué harás tú? Tal vez sonrías, pero ojalá llores, ojalá me eches de menos, y pienses, como pienso yo cada noche. Como cada noche tu nombre viene a mi y se acuesta conmigo. Y yo me odio, me odio por lo que he hecho conmigo por tu culpa.
Me odio y maldigo y aún así respiro. Vuelta, vuelta, tan negra como la noche. La noche que se cierne sobre mi cabeza cada vez que te extraña, cada vez que no iluminas y me castiga, siempre temí la oscuridad. O tal vez seas tú quien me castiga, no hay dinero para solventar la deuda del pecado. Soy pobre, pobre de corazón y alma. No soy nada de lo que un día fui. Cargada.
Cuando me miro al espejo me redimo sin redentor, y en todos los poros de mi piel estás tú, haciéndome menos libre y más tuya, menos mía y más tuya, haciéndome y deshaciéndome sin piedad. Un día me ves un ángel, al día siguiente soy el peor de los demonios, vas a acabar conmigo… vas a acabar conmigo.
Y yo deliro, lamo esta locura hasta que sepa dulce. Como si de tu cuello se tratase, otra vez me engaño, estoy tan cansada de engañarme y de que nada tenga sentido. De saber que no estoy cuerda y no saber qué hacer. Como seguramente tú tampoco sepas qué hacer conmigo. Gatillo. Maldita sea, ¿se puede saber qué hicimos para acabar con nosotros mismos? Te echo de menos, todos los días. A veces más, a veces menos, a veces es insoportable el silencio, el dolor que se expande por mi cuerpo. Una galaxia de dolor, cientos de sentimientos muriendo, de estrellas desprendiendo su último halo de luz. Estoy fría, fría y anochecida.
Por favor, llévame contigo. Sé una manera de acabar contigo, acabar primero conmigo. Sí, dispara. Hazme tuya, duerme conmigo