Gris. Ella tenía el alma gris, como un huracán. Y su corazón era como la devastación que deja este tras su paso. Yo la miraba, como quien se deleita por la poesía. Yo me sentaba, en sus clavículas y la leía en la desnudez de lo que no decían sus palabras. Y así me enamoré de ella, mi poesía.
Veía sus alas cuando soñaba despierta, hablaba de viajar, y también veía la jaula que cernía cada uno de sus huesos. Así es la incertidumbre. Por ti rompo el hierro con mis manos y si eso no basta, llorarán mis ojos hasta que el óxido quiebre por sí solo. Moriría por tu libertad, por verte libre.
Últimamente he de reconocer que lloraba más de la cuenta, pues amaba. ¿Pero cómo vas a amar si ni tan siquiera te amas a ti misma? Por eso mismo, – me decía-. No amaba mi reflejo, pero sí el espejo, donde veía el color de mi alma. Cómo no iba a amar mi alma si es toda yo. Te explico, no me gustaban mis ojos, pero cuando lloraban no podía dejar de sentirlos míos. Al igual que mi sonrisa, esta no era nada si no sonreía. Pues así sentía yo mi cuerpo, vacío.
Y digo sentía porque ya no lo siento. Lo siento, no me amaba hasta que escuche su voz, la voz de él, diciéndome cómo era yo. Porque él sabe desnudarme el alma y hacer llorar a mi corazón. Solo él sabe hacerme sentir viva. Le encanta mi sonrisa, y a mí me ha empezado a enamorar, por eso le sonrío. He empezado a verme, a sentirme y a sentirle en cada poro de mi piel. Le he besado, con la pasión de quién besa por primera vez. Me he dejado llevar, como si él fuera mis olas. El agua me llega por la nariz, dentro de poco seré anfibia.
Porque esto que siento, poco tiene de terrenal. Si esto que siento se ha equivocado, por joven e inexperto, toda la culpa será mía y todo lo que una vez sentí por ti, tuyo. Si todo este mar que llevo dentro te hiciera daño, me ahogaría en mi agua salada y te dejaría fuera de mis ojos, para que recorrieras por última vez mi cuerpo, desde las pestañas.
Me se han caído las bragas! 😿😿
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