Imagínese su alma arrastrando los pies por la arena,
en un vago esfuerzo de superación terrenal. Ahora respire,
y cuando ardan sus pulmones por la lentitud, suspire. Sea breve,
sepa que cada punzada de dolor es poesía y si esta no fuera etérea sería
arte. Otro tipo de arte me refiero, una fantasía corintia, con pinceladas góticas, veladuras y la mismísima desnudez del mármol.
La brisa sabe a sal, así que cierre los ojos, muérdase los labios
¿qué dice su piel cuando la sal lame sus heridas? Se purifica.
Lentamente ante la bravía, su tempestad, hace que las gaviotas
de su pecho vuelvan a tierra firme. Porque le temen, como no temer a alguien
tan capaz y voraz, ambicioso. Usted es de esos hombres que aún partido el mástil
mantiene firmes sus manos en el timón, aferrado a la esperanza y en parte deseoso de que
el mar devore su madera, y así astille su corazón.
Usted, mi capitán, es de los que ansía hundirse solo para demostrarse de que es
capaz de sobrevivir. De coger el último aliento fuera del agua y ganarle la batalla a su, mi, tempestad.
Yo besaré sus cicatrices, lucharé contra sirenas y seré pasional con las medusas. Porque soy la poesía más ciega, la de amar, del amor. Moriría por ti, de no ser que lo haría contigo.