El alma desnuda. La llama de las velas baila, como bailaríamos nosotros. Y arde, como arden nuestros corazones por todo lo que somos y jamás seremos. Jamás. ¿Cómo se desnuda el alma? Voy a contarte uno de los finitos procesos para hacerlo. Haz tuyo este ritual, hazlo tuyo. Aliméntate de él, sacia tu sed. Abrázate las piernas y besa tu piel. Tiembla.
Este ritual empieza en ti. Tú y sólo tú. Permanece en soledad. Abrázala. Como abrazarías a la niña que fuiste. Inhala, exhala, piensa en la llama de la vela e imagínate que el fuego se cuela por tus pulmones. Siéntete viva, capaz. Capaz de todo y de nada a la vez. Siéntete humana, errante, desapegada de la naturaleza y tus instintos. Y mírate. Mírate como lo harías con una desconocida. Exponte a ti misma. Acércate, reconócete. Y finalmente entra en ti.
Dentro de ti hay un universo, infinitud de galaxias, miles de estrellas, cientos de planetas. Pídele al sol que deje de brillar. Ya está. Ahora a solas, con tu soledad, a oscuras, con todo aquello que alimenta tu sombra, tus miedos, tus inseguridades y todo aquello que aunque no quieras y odies de ti, te hace tú. Conócete. Identifica cada parte de ti, cada raíz marchita. Y vuelve a mirarte. Vuelve a sentirte. Vuelve a abrazarte. Pero no vuelvas a la zona de confort.
Enfréntate a ti. Cara a cara. Tú y otra vez tú. Ahora háblate, habla a la nada. A toda tú. Desnudar el alma implica charlar con nosotras mismas. Como si habláramos con el amor de nuestra vida sin saber aún que lo es. Háblate como hablarías con alguien por primera vez. Toma contigo un café. Salir de nuestra comodidad nos hace bien. Nos hace comprender, subir y bajar. Como las mareas con la luna. Nuestras entrañas esconden una atracción tan fuerte. Tan inquebrantable y poderosa. Y preferimos no oír su voz.
Ignorar el rugido, pensar en lo bonito, en lo cómodo. En aquello que también somos y nos encanta. No, querida. Sal de ahí. Tienes que escucharte, verte, sentirte y amarte. ¿Dolerá ver todo de ti? Por supuesto que sí. No olvides que somos un todo, somos recuerdos, lágrimas, errores, sonrisas y perdones. Somos hechos y todo lo que no hicimos. Inmensos. Y en conocerse, reside el propio aprendizaje. Charlar con el alma desnuda y un café. Escuchar. Empatizar. No me vengas con un «no somos perfectos», porque no hay cosa que más odie. Que la perfección tenga algo que ver con los humanos. No.
Hay palabras que, simplemente, no pueden aplicarse a nosotros. Hay condenas que no nos pertenecen. Inventamos las jaulas metimos en ellas a los seres que tienen alas para volar. Y la vida se equilibró. Nuestro pensamiento infinito bebió del boceto y escupió «jaulas etéreas». Las que creamos sin manos y nos encierran. Las que nos impiden volar.
Este ritual, como he indicado anteriormente, empieza en ti. Auséntate. Date tiempo. Tú tiempo. Qué poco egoísta es conocer a nuestros seres queridos y desconocernos a nosotros mismos. Las palabras tienen el poder de sanarnos. Desnuda el alma, sánala. Abrázala. Ámala. Crece. Y si no vas a hacer de este mundo un lugar mejor. Sé lo mejor para este mundo. Tu mundo. Llevas toda una vida creándote. Creadora, conoce tu creación. Cuéntate qué tal el día. Qué te atormenta. A dónde quieres llegar. Qué sueñas. ¿Mi consejo? Empieza por las sombras. Qué poco sabemos de ellas. Y sin ellas no hubiera luz. Siéntate contigo, a charlar. Léete, como si leyeras tu libro favorito. Y llueve. Empápate de toda tú.