¿Cómo se mide exactamente la felicidad? Me pregunto si se medirá por momentos, por sonrisas al viento, por suspiros o sentimientos. Cómo medir algo tan inexacto, tan poco investigado, tan etéreo y tan tangible, tan variable como el carácter de los humanos. Cómo medir algo que no alcanzan ni las puntas de los dedos y que puedes pisar descalzo. Algo que se queda entre los pies, como la tierra del bosque y la arena de la playa.
¿Cómo se mide aquello que sin medida lo abarca absolutamente todo? Tan presente en todos y cada uno de nosotros, tan lejano, tan inerte, tan vertebrado y obviado. La felicidad es la sirena de la Odisea, es aquella sobre la que escribió el griego, que embelesaba a los marineros, sumiéndolos en su destrucción. ¿O tal vez no?, ¿Y si el griego no tenía razón?, ¿Y si no entendimos el concepto?, ¿Y si por miedo a los mitos, no nos atrevimos a ser felices?, ¿Y si temíamos que algo sobrenatural nos sacara de la realidad tan monótona que gestamos durante tantos años?
¿Y si fuera como medir el fuego? Es. La felicidad debiera medirse sin medida, contando solo todo lo que arrasa a su paso. Todo lo que se lleva, todo lo que si soplamos se aviva, crece, se magnifica y vibra con una calidez esperanzadora. Porque el fuego no solo quema, también calienta los corazones cuando el frío aprieta. También domado y sin medida puede curarnos a todos. Que arda el mundo entero. Domemos la vela, que llevamos por dentro. Seamos brujas conectadas con alma, tierra y fuego.