Bienvenido sea el otoño,
al calor del hogar.
La tierra y el sol se juntan en un solo ser,
ser vida.
Los rayos se cuelan por los resquicios del bosque,
ese en el que respiras y sabes perfectamente dónde estás,
cuáles son tus raíces.
Hay corazones iluminados por el fuego,
en las noches más oscuras.
Sentados alrededor de una hoguera,
contando historias de cómo se enamoraron.
El uno del otro,
el otro del uno.
Y un calor intenso, lleno de felicidad,
alegría, tranquilidad y calma, crece,
se hace fuerte, abarca cada célula de
nuestro cuerpo. Nuestra piel.
Todo nuestro.
Bienvenido sea el otoño,
que entre por la puerta sin pedir permiso.
Cuélate hasta adentro, como entran en tu vida
las personas que conociste en vidas pasadas.
El instinto habla, el corazón conoce, reconoce,
dan igual las vidas que hallan pasado, sabes quién es.
Le has visto antes, tal vez en otro cuerpo, en otros ojos,
pero hay algo de él que no se olvida.
Algo que va más allá del alma y del mar.
Y de amar.
Bienvenido sea el otoño,
que nos cambie la vida sin pensar.
Que los árboles nos abracen y eleven,
que el cielo no sea un límite.
Que vaguemos con locura, sin ataduras,
sin miedo y sin dolor.
Que vaguemos de la mano como si el mundo
fuera nuestro, como si las fronteras solo fueran
trazos artificiales puestos al azar.
Hay un fuego en mi pecho que no quema, sino que da calor.
Y dicen que cuando sonrío ven mi alma,
que solo tiene que mirarme para ver su felicidad.
Bienvenido sea el otoño,
vivir una estación más a tu lado.
Por más otoños de felicidad,
de saber que te he encontrado,
de saber que sé amar.
Ya no habrá noches frías,
si tenemos nuestra piel.
Si tú puedes acurrucarte en la mía.
Bienvenido sea el otoño,
por inspirarnos, a ver la caída de sus hojas.
A enseñarnos que para seguir hacia delante,
hay que aprender a desprenderse.
Hay que amarse desde la raíz,
hay que cambiar, hay que crecer,
y caminar.
Porque el camino se hace así, al andar.
Bienvenido a la balada,
gracias por tararear.