Gira y gira, girasol

«Una persona ve en el mundo aquello que lleva en el corazón.» Johann Wolfgang Goethe

Suena I Am mine, de Pearl Jam

Soy mía. Siempre lo seré, aunque rebose de amor, aunque este en la historia de amor jamás soñada, el amor no entiende de medias naranjas, ni de ceder una parcela de corazón para la otra persona. No. El amor no es una mitad, ni una persona te complementa, el amor es gigante, gigantesco, cuando lo viven dos.

Mi alma se encontraba en un campo de girasoles, un campo inmenso, podía llenar los pulmones del aire más puro, más natural. Los girasoles me estremecen, me recuerdan a mi. Buscan la luz del sol, todos lo sabemos, y cuando no hay luz, cuando el cielo está encapotado de nubes, se miran los unos a los otros en busca de energía. La naturaleza nos da una lección de vida, no solo en los girasoles sino en cada adaptación al medio, en cada parte por minúscula que sea, de ella.

Esta vez la lección es la siguiente: Si no tenemos sol todos los días, nos tenemos los unos a los otros.

En medio del campo de girasoles hay una casa blanca, de madera y al parecer, acogedora. En el porque hay un banco de esos que te cuelgan y mecen mientras lees y tomas un té. Juraría que he visto ese banco en otra parte. Juraría que…

De pronto una mujer capta mi atención. Baila entre los girasoles y desde donde estoy me llega el olor de su pelo, vainilla y jazmín. Es morena y tiene unos rasgos dulces, pero tiene algo de los girasoles y es que su pelo parece buscar la luz del sol y cuando la recibe se torna rubio. De puntas hacia abajo. Y baila con el viento, baila con ella, todo gira en torno a ella, todo baila a su son.

Esa mujer me hipnotiza, me atrapa, y siento un cosquilleo desde la cabeza hasta las puntas de los pies. De pronto me sonríe, y enmudezco. Tiene un hoyuelo en la mejilla derecha, la izquierda si la miras de frente. Sus ojos son del color de la tierra y el corazón, el corazón de un ruiseñor (y no por pequeño, sino por cómo canta).

Nunca había visto un corazón cantar tan fuerte, con tantas ganas. Lleva un vestido blanco que se ciñe a su pecho, un pecho libre de ataduras, pues no hay sujetador. Baila y la envuelve, ciñéndose a sus curvas, dejando su desnudez atrapada en tela, pero visible a la imaginación.

«Este es tu hogar, esta soy tú, esto es lo que seremos» -Grita. Alza sus brazos al cielo y sigue bailando. Nunca he visto una mujer tan mimetizada con la naturaleza, tan mitad humana y tan mitad loba. Me atrapa.

Entonces supe que estaba despertando, que estaba dejando de soñar. Y cuando lo hice no recordé el sueño. Pero.

Me levanté en mi hogar, en mis sábanas blancas, y con mi camisón blanco de encaje. Me levanté desnuda y corrí hacia el jardín. Hoy era feliz, quería bailar. Bailar entre los girasoles de mi hogar. Y cuando acabara de bailar no deseaba otra cosa más que mecerme y leer.

Y aquí acaba esta breve historia, para amenizar la cuarentena. A veces obviamos que nuestros sueños están al alcance de nuestras manos, pensamos que soñamos con imposibles cuando imposible soñarlo y no vivirlo. Tenemos el poder de elegir caminos, decidir y en ocasiones, dejarnos llevar por el viento.

Siempre nos formulamos mil preguntas cuando la respuesta, somos nosotros.

Amen, así sin tilde. Y recuerden, el amor no entiende de medias naranjas, no entiende de límites, solo de libertades. Ama libre, libera a quien ames. Y de vez en cuando, anda descalzo por la tierra. Yo prometo volver con más historias, con más sueños y más realidades. 

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