Siempre que viajo a Reino Unido siento que una vez mi vida perteneció a algún lugar de allí, tal vez en alguna vida pasada viví allí. Estoy segura de que también me enamoré, porque en Londres he sentido que cualquier historia, por muy extravagante que sea, puede ser real.
A veces me pregunto si viajo para olvidar, otros beben y yo, yo cojo un avión. Esta vez fue especial, llevo escribiendo desde que cogí el avión, y cada palabra, cada una de mis palabras tiene tanto de mi como de ti. Tenía la certeza de que en Londres era imposible cruzarme contigo, me equivoqué, estabas en cada rincón, en el café de todos los días, en las canciones de los artistas callejeros… estabas en Londres, conmigo. Y de tanto imaginarte te vi, te vi conmigo. Te vi de mi mano, te vi mirándome, te vi hablándome e incluso vi cómo me sentías. Como sentías mi felicidad de viajar contigo, de perdernos en cualquier parte del mundo, de ser tan felices que nuestra felicidad era capaz de hacer que saliera el sol un día de lluvia, o de besarnos bajo la lluvia.
Allí estábamos tú y yo, en Camden Town, de la mano, hacía tanto tiempo que no la sentía que había olvidado lo mucho que me gustaba tenerte entre los dedos (aunque no te lo creas). Hacía frío, pero por dentro no, por dentro ardíamos. Y en la calle éramos tú y yo, dos completos desconocidos para cualquiera. Éramos libres, salvajes, nuestros. Qué bonita foto éramos, si cualquiera nos hubiera fotografiado.
Amor, éramos amor, yo estaba todo el día sonriendo, era feliz, feliz por todo y sobre todo por ti, por verte sonreír a ti, por verte volviéndote loco por no entender inglés, por verte mirándome cuando yo me expresaba en ese idioma que tanto me gusta, por cruzarnos las miradas y volverme a enamorar de tus ojos. Me daba cientos de vuelcos el corazón.
Y de pronto, me estremecí. De pronto te volviste humo y yo sabía que nada había sido real, a excepción de mi presencia en esa ciudad. Tú no estabas, tú nunca me llegaste a hablar, tú desapareciste y lo hiciste para siempre sin importante cuánto me dolía el corazón, el alma y los ojos.
Nada fue real, tú nunca me hablaste, es lo que me digo todas las noches para a ver si algún día consigo engañarme y aceptar esa jodida mentira, creérmela y hacer que no duela como lo hace. No viajamos a Londres, no viajaremos más. No me quisiste, tampoco nunca me querrás.
Te dije que no era un juguete, odio que las personas jueguen con otras, lo odio porque siempre el que siente de verdad sale herido. Y heme aquí, con heridas nuevas, sanándolas en la música, en los libros… y luego me miro en el espejo y están las cicatrices. No fue real, nunca me hablaste, nunca pasó. Y así hasta que de tanto decirlo me quede dormida.
Esta iba a ser una historia preciosa, lo es. Es un viaje lleno de amor, es un viaje que incita a la felicidad y a soñar, el único problema es precisamente que es una historia. Es ciencia ficción. Nunca pasó. Nunca existió. Sin embargo yo sí, yo si existo, yo soy su esencia, soy el dolor hecho inspiración. Soy cada letra, y tú, tú también.