Amarga Navidad

Hoy tengo una tristeza preciosa.

 

Os echo tanto de menos, odio la Navidad. La odio desde hace más de cinco años y la odio tanto como la amo. Echo de menos verte dormida en el sofá y echo de menos mirar fotos viejas, pasarme horas y horas mirándolas y que él entrara en el salón y me acariciara el pelo. «Qué pelo tan bonito tienes…»

Lo primero que se fue de mi fuisteis vosotros dos, después se desmoronó la familia, más tarde empezó a caer mi pelo y finalmente perdí más de diez kilos, pero eso era solo grasa, ¿cuánto habré perdido de felicidad no valorada en su momento precisamente por no carecer de ella? Os echo tanto de menos y está todo tan torcido por aquí abajo… no sé si tener los pies en la tierra te hace cuerdo. Creo que no.

Tú siempre me decías que era muy lista, y muy mala, malísima y mordaz (pero con amor, porque me conocías); si me vieras ahora… Debo ser la más estúpida porque no sé solucionar nada y cada día que pasa me siento más y más tonta, y más y más vieja, y más y más consumida. Antes era feliz con verla a ella dormir y con verte a ti tomar un café americano, bien cargado. Ahora si veo, veo recuerdos cada vez más vagos, vuestras voces se van perdiendo y siento que son como los olores, que si no los hueles tu cabeza no puede imaginar exactamente ese olor.

He llegado a las primeras peores Navidades de mi vida y fíjate, es mi época favorita, amo la navidad con todo mi corazón, al igual que la odio con todo él. Son exactamente las 7.07 de la mañana y mírame, escribiendo a nadie, sabiendo que no se puede poner destinatario porque la dirección dejó de existir o al menos terrenalmente. Os echo tanto de menos, daría lo que fuera por volver atrás pero, ¿sabéis qué? Que aún volviendo nada cambiaría, en un futuro seguiría el mismo patrón y siento que de tener oportunidad de volver me engaño, me engaño para que vuelva a doler. Y no.

Ahora me pregunto por qué esta mañana dejé un rollo de papel higiénico en el salón, ¿tal vez porque de madrugada iba a estar escribiendo mientras lloraba? A veces el destino me asusta y eso que no creo en él y a veces no miro al cruzar porque, ¿total? Si tiene que ser será. Pero perturba, es perturbador.

Os echo tanto de menos que moriría unos minutos con tal de veros. ¿Pero sabéis qué? Creo que la «vida» (por definirlo de alguna manera) me está poniendo a prueba, está probando a ver de qué soy capaz, qué fuerte soy y cosas así. O si no me pone ella a prueba ya me pongo yo. A ver quién es más cabezona. (Que ya sabes, a cabezona no me gana nadie). Así que he pasado de verme como una pobre mártir a sentirme con ganas de ser capaz, y ojo, que eso no significa serlo. Tal vez ahora sea menos fuerte que nunca, o ya no eso sino que tengo pocas ganas de luchar por nada. No veo lucha, pero tampoco veo una bandera blanca en son de paz.

Estoy agotada, mental y físicamente, pero todos los días me autoengaño despertándome, dándome los buenos días y empezando con energía, para que por la noche vuelvan los demonios, para que estos disfruten de mi cansancio y me consuman lentamente. Qué jodida es la mente humana. Ahora que me percato, llevo todo el rato escribiendo a oscuras y, tengo miedo a la oscuridad. Acabo de encender la lámpara y estaba el gato, maldita sea va a salirse mi corazón por la boca.

¿Te das cuenta de cómo me engaño? Intento sacar las risas de donde no las hay. Intento reírme, hacer reír a los demás cuando dentro de mi siento un invierno inmenso. Os echo tanto de menos que os pediría un abrazo, fijaos, yo, pidiendo abrazos. Quién me ha visto y quién me ve.

 

Son las 7.17 y no voy a tocar nada, no voy a revisar nada, ni volver a leer nada, ni cambiar nada. Esta madrugada ha hablado el corazón que poco le falta por salirse por mi boca, ese corazón que tiene frío, ese que igual habla una vez al año y el resto guarda, almacena, como si de comida se tratara pero no es comida, y duele, el silencio duele. Así que mi consejo es decirte que lo digas, di todo siempre, te lo digo yo, que nunca digo nada.

Y feliz Navidad.