Ciudadella

Bienvenidx a otra historia:

Supongo que hay una vez en la vida en la que quedas sumido en el más profundo abismo de tu corazón, dónde ya tu alma no ilumina nada y la nada parece la mejor forma de morir, de matar esa parte de ti tan tuya que un día te hizo ser. 

Entonces tus pies tocan fondo, tu fondo, ese que desconoces y tienes miedo a no saber salir de él, pero sales, claro que sales. Siempre eres y serás capaz de salir de todo. Verás, la mente es como un océano, por eso a veces te hundes, otras tantas flotas y en ocasiones como esta, tienes pies de plomo que te llevan a tocar fondo y a la superficie se llega con un impulso, batiendo los brazos, luchando. 

Este es el canto de Rose, aquella que perdió todo por apostar por todos

Y cuando ya no tuvo nada que perder, cuando el recipiente se quedó vacío y exhausto, buscó como modo de supervivencia, algo que hacer. Un día estaba en el pueblo que la vió crecer y horas más tarde cogió un vuelo de más de tres horas rumbo a la ciudad con destino a empezar de cero. De cero de verdad, porque bajo cero no se puede vivir de por vida. Estaba cansada de ser tan fría, pero, ¿a quién no le agrada la idea de no ser nadie?

Una don nadie, para empezar. Su nuevo hogar estaba a 113 escalones, sin ascensor, en una manzana de la cual no sabía el nombre, llena de gusanos. ¿Cuántos gusanos pueden vivir en una manzana? Que se lo pregunten a Nueva York. 

Un piso blanco, una cocina americana (valga la redundancia), un baño y una habitación y para qué más, si aquí solo va a danzar un cuerpo. Y el salón tenía vistas a toda la ciudad y ella se sentía como tal, como un algo lleno de luces que la gente obvia por monotonía. Por eso este canto se llama Ciudadella, porque no había nada más ella que la ciudad. 


Así que fue a comprar a un bazar cercano, cinco lienzos, muchos pinceles, vació los estantes de colores y cuando salió del lar, parecía un lienzo con patas. Lo cuál podía ser también una metáfora de su nueva vida. 

Antes de comprar nada ya sabía el sitio idóneo donde pintar, la ventana del salón. Sí, la que daba a la ciudad. La encantaba hablar sola, conversar consigo misma para poco a poco conocerse mejor, hay muchas personas que se desconocen por completo. Ella no. ¿Café o te? Café, café. Y una vez posada la taza, comenzó a colocarlo todo a su gusto. Cuando de pronto llegó una invitación por debajo de la puerta, con un leve gruñido por el roce de la madera, lo que en un principio le asustó. Después, como buen gato que era, le causó curiosidad. 

Era una invitación a una especie de recital de poesía, situado en una cafetería a pocas manzanas de aquí, son esa clase de eventos a la que solo van cuatro personas, cuatro personas muy diferentes a los patrones de la sociedad, cuatro gatos que no sólo saben hablar de amores sino de cualquier tema al azar que deja mella y huella y todo lo que tú quieras. Sí, esas personas que son como libros y películas, que te cambian la vida en el momento menos esperado con una frase, unas palabras, una amplia reflexión o por una actitud que tuvieron en un momento determinado en una etapa fatídica de sus vidas. 

Así pues, a las 22.03 horas estuvo en frente de la cafetería, ah por cierto, a Rose no le gustaban las cosas exactas, ni puntuales. El local era pequeño, y todos los allí presentes se decantaron por te o café. Todas las mesas apuntaban a la silla y el micrófono que se encontraban en un pequeño alto, al fondo del local. 

Uno, dos, tres, habían pasado tres personas a recitar y aún quedaban otras siete desperdigadas por las sillas del lugar. No iba a llegar nadie más. Entonces recitó ella, una joven de carita de muñeca, de ojos azules y pelo rubio. A Rose su delicadeza la atrapó, y no pudo dejar de mirarla, aún cuando no había pronunciado palabra alguna. Es de estos momentos que no sabes que te cambiarán la vida pero sientes vértigo, ese vértigo que es un augurio.

No sabía su nombre, pero sí que le llegó al corazón. De esto que un día empiezas de cero y ya sumas uno dentro de ti…

(habrá segunda parte)

2 comentarios sobre “Ciudadella

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