Y luego viene el origen del pecado, la serpiente.
Parte III, el pecado. Yo peco, tú pecas, el peca, nosotros ya sabes…
Muchas veces nos acostumbramos a hacer nuestros los conceptos, a que las cosas signifiquen porque nosotros lo queremos así, tal y como hemos hecho a lo largo de la historia con la justicia. He decidido que el pecado signifique traición, tradición que festejamos al menos, una vez. Por lo que si te traicionas pecas. Has pecado. Después te confiesas, hablando en voz alta, hablando en silencio… todo vuelve a ser cíclico y sencillo, empiezas por ti y acabas, como no, por ti.
Desgraciadamente todos nos hemos traicionado al menos una vez, hemos caído al suelo y nos hemos quedado ahí. En silencio y con la tranquilidad del que sabe que, finalmente, ha pecado. Aquel que se confiesa a sí mismo «lo he hecho, perdóname».
Te perdono. Yo desde mi te perdono. En España sería algo así como tropezar con una piedra, caerte y no volver a levantarte o al menos, no de momento. «No puedo más».
Siempre queremos llegar al cielo y nos ponemos el límite en las nubes
Nos duelen las rodillas y la boca tiene un ligero sabor a hierro, a sangre porque algo de dentro se ha roto. Sangra el alma. Joder, me he traicionado cómo no me va a sangrar el alma, me duele hasta el pecho de no tener el valor de vivir con más ganas.
Vive. «Donde duele inspira» y si estas boca arriba, tendido en el suelo, espero que se te brinde la casualidad de que el destino te haga abrir los ojos y ver el cielo. Es que vas a abrir los ojos y lo único que vas a ver es el cielo, y no hay nada más ligado a la libertad.
Primero la serpiente, después el suelo y por último el cielo. El cielo terrenal en el que te levantas y comienzas a luchar, en el que haces de tripas corazón, de corazón tripas y te arrancas todas las vísceras. Tocado y hundido.
Ahora llega la confesión. Bienvenido al confesionario de los pecados de toda la humanidad, la conciencia. Tu conciencia. Ella.