y qué mejor calzado que un hombre. Bailar sola no esta tan mal, pero no se puede estar siempre con el corazón azul. O le falta el aire o le sobra el agua. Ese no es el ritmo, hay que ser frenéticos, impulsivos, desvergonzados y bailar. Eufóricos, arrolladores, capaces y amadores. Porque hay que amar, y siempre lo diré, subrayaré y repetiré. Hay que dejarse llevar porque no solo suena demasiado bien, también es sobrecogedor.
Tanto, que hoy quiero bailar pisándote los pies. Quiero que seas el hombre que no tenga miedo, quiero no precipitarme y ponernos en un precipicio. E insisto, mírame a los ojos y déjate llevar. Imagínate que cojo tu mano y te digo, «salta que podemos saltar». Y tú tienes vértigo, pero por mi lo que fuera. Vértigo tengo yo cuando te veo llegar. Cuando mi pupila esta en tu pupila azul. Qué es que ni tan siquiera la lluvia baila descalza, no lo sé, pero me veo bailar.
Como cuando le pregunto a mi corazón qué siente y me dice que «basta de preguntas, sólo me dejo llevar» y así, rutina. Él se acelera y yo, siempre me ha gustado la velocidad. Y moriré a sus pies. Pero, espera, ¿a los pies de quién?