Café recién hecho

Por supuesto que todo depende de los ojos con los que lo mires, por esa razón es especial y único, porque nadie tiene el brillo de ojos igual al de otro individuo.

Y yo cuando me siento, veo la luz de miel endulzando las paredes de la cafetería, creando un entorno tenue y no por ello menos mágico. También los labios rojos de una mujer atractiva o la barba de tres días del chico de la barra. A la derecha tengo un tocadiscos más antiguo que mis penas, suena un jazz callejero, ese que sólo alguien de la calle sabe hacer llegar a tu corazón, tal vez por su pureza, o más bien su misterio. Nunca sé nada.

Una pareja, sonriéndose, y una chica que baila ballet sentada en una mesa al son de lo que quién sabe que habrá en su cabeza. Un mechón de pelo despeinado de la coleta de la camarera y la amargura de sus ojos del color del té negro. Y huele a limón, almendras y sensatez. Pero esta última no sabía decir si tiene un olor dulzón o qué sé yo.

Alguien ha manchado de barro el suelo al entrar y quién no, últimamente las ideas están lluviosas y hasta los poetas se encharcan, ¿y qué pasa con Venecia?. El respaldo de mi silla no es del todo incómodo, aunque no me convence, por eso prefiero apoyar los codos, beber café y seguir mirando. Husmeando, qué palabra tan tierna.

Veo las historias más bellas donde un pesimista siente la desgracia rumiando su pecho. Porque hasta la historia más triste tiene un aire de exquisita elegancia y es hermosa a su manera, es real y no hay nada más real que el dolor de un recuerdo. No hay nada más inspirador.

La cuestión es amar, y es que amor, todo depende de cómo lo mires. Amar a tu manera, todos tenemos ojeras.

Cara Delevigne

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