Podía empezar a narrar la historia diciendo que él era un hombre lleno de ira, y sin duda sería un buen comenzar. Un principio, como cualquier persona que dice la verdad aun sabiendo que sólo, tan sólo, es suya. Y sus ojos chocolate se perdían en la noche de verano. No obstante, una mujer le dijo que estaba extraño, que no parecía el mismo y se produjo este diálogo:
– Te da igual todo, por ti como si se rompe esa montaña en mil pedazos.
– Así se vería mejor el horizonte.
Entonces yo miré la montaña, le miré a él y sonriendo pensé que sin duda alguna tenía razón. «Mejores vistas» añadió.
Somos ira y esta es ciega. El tiempo no corre, vuela. Es entonces cuando llega el día en el que no hay ira no parecemos los mismos. Hay que mirar la montaña otra vez, con los ojos.
Romperse la montaña en mil añicos puede ser una catástrofe natural el lunes, pero quizá el miércoles sean las «mejores vistas» al horizonte. ¿Y nosotros qué? Una vez exentos de ira, sírvanse de una comparación cambiando montañas por lo que llevamos a las espaldas, el pasado.